Cuando falleció mi abuelo José Lino Gualle – a finales de año 2002 – se despertó una crisis de identidad en mi interior. Ya en ese entonces me gustaba la fotografía, de hecho cursaba una especialidad en la Alianza Francesa de Quito. Y fue con mi abuela que realicé mis primeros bodegones y retratos, fue con quien exploté todo el recorrido de sus palabras, de sus consejos y su presencia. Una tarde, el sol entraba de ladito por la puerta de madera a medio cerrar, Felisa se encontraba desgranando sus mazorcas de maíz; allí recostado, esperando el mejor momento plasmé una de mis mejores fotografías, un retrato de quien luego de 17 años – en la actividad del restaurante – comprendí que no solo desgranaba: estaba clasificando y custodiando las mejores semillas de todas sus variedades de granos; hoy, han desaparecido la mayoría de ellas. Y esa ausencia nos priva también de otros sabores, platos únicos de las cocinas de leña de nuestras abuelas. Este retrato de Felisa Quisaguano en su cocina recibe a los comensales y da la bienvenida desde una de las paredes principales de la Casa Museo, su mensaje visual es transversal para esta cocina rural.
Este breve relato abre el telón y la inspiración que para nosotros – mi familia – significa sostener el Restaurante Café Negro y, desde los sabores educar y comunicar (Edu-comunicar) sobre este proyecto de vida y visión de un turismo rural y sostenible en nuestra parroquia, rica en historias, memoria y personajes que siguen vivos.
En la terraza-huerto empezamos a diseñar una obra de marionetas inspirada en nuestros abuelos, basados en los dibujos de Margarita. En la primera etapa de la investigación conocimos del “Pasaporte 96”, sí, un pasaporte interno para viajar de región a región, un documento emitido por el Ministerio de Defensa de Ecuador en 1940, lo portaba un mindalae andino, Don José Lino Gualle; hijo no reconocido de Emilio Pallares dueño de la Hacienda La Merced.
Esta obra relata el viaje de los sabores, en un contexto rural entre la sierra y la costa; alrededor de esta profesión de comerciante andino, de un mercader que ofertaba telas en varias provincias del Ecuador, y es en Tabuchila Cantón de Manabí donde se asentó por un buen tiempo, allí instaló su primer almacén. Era su punto logístico para adentrarse en largos viajes a cada recinto – conformado por grupos familiares pequeños – a gestionar la venta y sus créditos.
Por estas rutas “truequeaban” con sabores, se practicaba el trueque por la condición agrícola de sus clientes de la costa. Cacao, café, arroz, regresaban consigo a su casa ubicada en el corazón de la Parroquia La Merced, en Quito. Su retorno era apetecido por compadres que en su visita llevaban también un poco de estos frutos exótico – en ese tiempo – para compartir con sus familias. La abuela cocinaba arroz solo el domingo, era un manjar para esas bocas golosas.
La cocina de humo – tulpa – de la Abuela Felisa es parte del Museo; de un museo vivo, que despierta sabores y conserva esa memoria. La Chef Rural Verónica Romero está recuperando esos sabores locales, no es fácil, muchos de los ingredientes para replicar los mismos platos ya han desaparecido, y otros están en ese camino. El mercado global está – genéticamente – fabricando nuevos granos. Y la palabra fabricando es algo denso porque esos granos han perdido su genética cultural. La pérdida de semillas, es de igual proporcionalidad a la pérdida de identidad; esta obra de marionetas proyecta recuperar uno de los platos emblemáticos para la familia: el Mascashango. Yo lo comía de niño, y se quedó en mi memoria.
Para su elaboración la Chef consiguió los granos de morocho amarillo en la cima de la montaña Ilaló donde vive otra guardiana de la semilla, la Tía Luca. Lucrecia Atahualpa, comunera de la parroquia La Merced vive y convive con este cerro y su actividad está relacionada con la tierra, con los granos.
CREANDINO, nuestra Empresa Social de la Comunicación y Desarrollo recreó esta y muchas otras historias de los viajes de José Lino y la cocina de Felisa Quisaguano; a partir de los primeros bosquejos de las escenas, personajes y situaciones de la mano creativa de Margarita Iza, última bisnieta de Felisa. Aprendí a tallar la madera mirando un tutorial por youtube, me gustó el pino – blancón y con betas finas – los esqueletos de madera los arropó Vero, la confección es su otro talento. Y Paulino Iza se puso a ensayar los libretos. Este hogar es un Laboratorio de Innovación Rural y el equipazo que construimos con nuestros hijos crece en esta terraza creativa.
La puesta en escena de esta obra, es un esfuerzo desde la ilusión y convicción por preservar nuestra vida rural, conservar esa memoria que sustenta todo este circuito de turismo rural que nació en el 2005. Somos una familia cuyo proyecto de vida se quedó en la casa, somos una familia que ha hecho de su identidad su mayor inspiración para producir, crear y compartir.
Hoy la función está acompañada de un menú especial, de ese menú que les hablé de los sabores extintos, del viaje de los sabores. Buscamos brindar experiencias a los turistas y la puesta en escena y 1ra presentación fue el 1 de noviembre de 2022; en la celebración anual y familiar que sus hijos lo han vuelto una tradición, en el día de los difuntos, el día mismo del nacimiento de una mujer que sin saber leer y escribir ha hecho historia y ha heredado este patrimonio intangible, único: la unidad familiar. Junto al fuego y el humo las manos de su nieta Verónica Romero, dan vida a los sabores de la memoria. Esta profesión en la cocina muy rural, muy sostenible, llena de esperanza para la mujer rural en su cocina. Su labor es transformadora, trabaja en su propio huerto (Paluhuayco) y vincula a otras vecinas que siembran, producen, cocinan y son jefas de hogar.
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